viernes, 25 de mayo de 2012

Sentirse afortunado


No reconozco el país en el que vivo. O tal vez, sí. Porque la ineficacia y la ineptitud son dos cualidades que, me temo, durante mucho tiempo, acompañaron a nuestros "líderes" políticos. Y yo me pregunto: ¿de qué son líderes esta gente? ¿De tomar decisiones absurdas que no resuelven ni siquiera la punta del iceberg del problema? ¿Son líderes de la decandencia absoluta de la democracia? La palabra líder, en si misma, no tiene por qué tener muchas connotaciones positivas. A la vista está. Como tampoco es positivo el rumbo que estamos tomando.
A nivel personal, llevo demasiado tiempo autoconvenciéndome de que la esperanza es lo último que se pierde. De que ahora toca aguantar y ser flexibles. Y sí es cierto que la adaptabilidad es una virtud que ahora más que nunca, tenemos que perfeccionar. Pero ya está bien.
Ya está bien de sentirme falsamente afortunada por estar explotada laboralmente. Ya está bien de mantener esa venda en los ojos. No os engañéis. La explotación laboral sigue siendo una injusticia. No me siento satisfecha por seguir siendo una mantenida de mis padres. No se me educó para ello. Y genéticamente, sé que no estoy preparada para ello. Valerse por uno mismo es primordial, pero sin una oportunidad en la vida es durísimo, imposible, poder demostrarlo.
Anoche, en ese intento por negarme a mirar hacia otro lado y así "evadirme", vi un reportaje sobre la terrible situación que muchos inmigrantes españoles están viviendo en Noruega. Sin trabajo, con bocas que alimentar y deudas por pagar, familias o padres de familias se vieron abocados a abandonar sus hogares y malvivir en tierras extrañas. Esto no es nuevo. La inmigración ha estado ahí siempre. Pero lo que la propicia tiene nombre y apellidos. Es un sistema que está dando sus últimos extertores. Es una estafa a la que han llamado "crisis económica", "recesión" y que ha sido originada porque el español medio de a pie "ha vivido por encima de sus posibilidades". Qué gran frase para hacernos callar la boca y mirar al suelo avergonzados.
La deuda de las familias no supera ni la mitad de la de empresas, administraciones y bancos. Pero mientras éstos últimos han sido rescatados, de las personas no se preocupa nadie. Las familias emigran. Piden ayuda para sobrevivir. Para comer.
El resto, sigue viviendo acostumbrado a su tren de vida. Los hay que, todavía, pueden vivir por encima de sus posibilidades.

Y los demás, aquí seguimos. Sintiéndonos "afortunados" por vivir una situación injusta.

Nightbook by Ludovico Einaudi on Grooveshark