No podía servirme más de ti, ni tú de mí. Resultó egoísta, rozando el patetismo. Pero fuimos dos seres agresivos que, durante un tiempo, aprendieron a darse cariño. Aprendimos a estar juntos. A soportarnos. Creo que hasta nos llegamos a amar...
Cogí el cigarrillo que te habías dejado a medias en el cenicero. En aquél rojo cutre que compramos en uno de los Shelter de no sé qué pueblo húmedo de la Escocia profunda.
-Ya no te quiero.-
Lo solté tan a bocajarro que todavía hoy se me eriza la piel y me tiembla el pulso. Pero las decisiones rápidas son mi especialidad. Y en aquél momento, pendiendo mi vida de un hilo, me salvaba a mí o a mí.
Ni te giraste. No dijiste nada. Abriste la puerta y ni diste portazo. Y mientras apagaba el cigarrillo, me cuestionaba qué me dolía más. Si tu indiferencia o tus golpes verbales a los que tan acostumbrada me tuviste.
Pero fuimos dos seres agresivos que, durante un tiempo, aprendieron a darse cariño. Y por más que el tiempo pase; y por más que aguanté, todavía recuerdo tu tacto.
- Todavía te pienso con el mismo amor y el mismo odio.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario